Más rápido, más brutal y más adictivo
Si Amanecer Rojo te dejaba sin aliento, Hijo Dorado pisa el acelerador y te arrastra de cabeza a una guerra política, social y emocional todavía más despiadada. Pierce Brown no solo amplía su mundo en esta segunda entrega, sino que lo vuelve más complejo, más oscuro y absolutamente adictivo.
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Portada en español. |
Seguimos la historia de Darrow, ese Rojo infiltrado entre los Dorados, que ahora se mueve en las más altas esferas del poder. Y si en el primer libro sobrevivir era una proeza, aquí mantenerse cuerdo y fiel a uno mismo en medio de tanta corrupción, codicia y traición se convierte en una guerra constante.
Lo brillante de Hijo Dorado es que mantiene ese ritmo frenético de acción, alianzas rotas y giros inesperados que te obligan a decir “un capítulo más” hasta que sin darte cuenta son las dos de la mañana. Pero a la vez, sigue funcionando como una crítica feroz a una sociedad de élites consumistas y despiadadas, donde el valor de una vida depende de su utilidad o de cuánto espectáculo pueda ofrecer al resto.
Brown plasma un mundo que, aunque disfrazado de ciencia ficción, se parece inquietantemente al nuestro: una sociedad obsesionada con la imagen, la ostentación y el poder rápido, donde los que mandan se alimentan de los recursos, el trabajo y las vidas de los que están debajo. En este segundo libro, esa visión se amplifica, mostrando no solo las injusticias de la jerarquía de colores, sino también la hipocresía de quienes dicen luchar por el cambio pero no están dispuestos a perder sus privilegios.
Hijo Dorado es más que una secuela potente: es una advertencia disfrazada de space opera. Una historia que, mientras te mantiene pegado a sus páginas por las batallas espaciales y los duelos de traición, te deja pensando en cuánto de ese mundo dorado y podrido se refleja ya en el nuestro.
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