Si el primer libro nos presentó el fascinante concepto de los "detectives de comida", esta segunda entrega consolida a Keiichirō Kashiwagi como un maestro de la nostalgia culinaria. Volvemos a esa taberna sin cartel en Kioto, donde Nagare y su hija Koishi recrean platos perdidos que sus clientes necesitan para cerrar ciclos o recuperar recuerdos.
Lo que hace que este libro destaque por encima de su predecesor es la profundidad emocional de los relatos. Mientras que el primero se sentía como una presentación de la fórmula, aquí las historias de los clientes se sienten mucho más íntimas y conmovedoras. No se trata solo de encontrar una receta; se trata de entender el dolor, el arrepentimiento o el amor que quedó atrapado en un sabor hace décadas.
Lo que brilla en esta entrega es la evolución de los casos, los motivos de los clientes son más variados y sus trasfondos están mejor dibujados, logrando que el lector conecte rápidamente con sus vidas; la atmósfera sensorial, las descripciones de Kioto y de los procesos de cocina son tan vívidas que casi puedes oler el dashi y el arroz recién hecho, ws un libro que despierta el hambre y la calma por igual; la relación padre-hija, la dinámica entre Nagare y Koishi sigue siendo el ancla de la serie, aportando esa calidez doméstica tan reconfortante.
A pesar de que las historias son más emotivas y logradas, el libro mantiene una estructura muy rígida y episódica. Si buscas una trama central con grandes giros, no la encontrarás aquí; es un libro para disfrutar a fuego lento, aceptando su naturaleza repetitiva como parte de su encanto ritual. Una lectura deliciosa que demuestra que, a veces, las segundas partes sí pueden superar a las primeras en sensibilidad. Es el abrazo literario que necesitas tras un día largo.

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